Chiapas, en el anunciado límite
Por Javier Solórzano Zinser
La situación económica y política de América Latina está creando condiciones de expulsión ciudadana, salir del país de origen, en la mayoría de los casos, es una forma de sobrevivencia. A esta migración hay que sumar la de algunos países africanos a los que se les cobra cantidades de dinero significativamente altas.
El asunto es ya una crisis humanitaria. No verlo así impide un diagnóstico preciso de lo que pasa. Al ser la migración multifactorial no basta con impedir a los migrantes salir de las zonas en las cuales se encuentran, particularmente en la frontera norte y sur.
Lo que está pasando en Tapachula es, desde hace tiempo, de focos rojos. A la migración hay que añadirle la crisis de seguridad que se vive en Chiapas y en buena parte del país. Han caminado por rumbos paralelos la migración y la cada vez mayor presencia de los cárteles. Este fin de semana en las carreteras chiapanecas se vivieron escenas que llevan a entender al estado como narcoestado.
El gobernador de Chiapas ha optado por el silencio ante la situación límite. Lo es por la gran cantidad de migrantes que entran por el sur y ante la cual ninguno de los diferentes órdenes de Gobierno tiene una respuesta estratégica, ponderando la perspectiva humana y la necesaria sensibilidad. El muy buen discurso de la canciller en la ONU sobre el tema se diluye cuando se trata de acciones concretas.
La confrontación entre el CJNG y el de Sinaloa coloca a los chiapanecos sin la más mínima capacidad de vida y de maniobra. La delincuencia organizada tiene además entre sus nuevos objetivos a la migración.
Muchos jóvenes migrantes han sido secuestrados y en otros casos han optado libremente por integrarse a la delincuencia organizada. Saben lo que hacen, toman la decisión, porque bajo las circunstancias en las que están integrarse es al menos tener un ingreso. Estamos como país en medio de una delicada coyuntura que puede trastocar valores de nuevas generaciones.
Recientemente conversamos con un migrante venezolano en la CDMX. Nos decía que era más difícil cruzar México que cruzar el Darién, la línea fronteriza entre Colombia y Panamá, para desde ahí recorrer todo Centroamérica hasta llegar a la frontera sur mexicana, que recorrer nuestro país; lo que viven los migrantes en el país es una auténtica pesadilla de vida y muerte.
La impunidad es un eje en todo esto. Es cuestión de revisar los muy pocos resultados de la investigación sobre el incendio en la estación migratoria de Ciudad Juárez para confirmar que no hay justicia. Legisladores del Grupo Plural aseguraron que se está tratando de “convencer” a los familiares de los migrantes calcinados para que quiten su demanda.
El director del INM, quien es, entre otras cosas, el responsable de las estaciones migratorias, sigue en su cargo lo que inevitablemente se interpreta como un acto de impunidad; estamos en un capítulo más del no pasa nada.
México se ha ido convirtiendo en destino migrante. Ante las innumerables dificultades para llegar a EU han optado por quedarse en México. Estamos lejos de aquella promesa del entonces presidente electo cuando invitó a los migrantes a venir a México para trabajar. Si en su momento no tenía asidero al paso del tiempo se ha convertido en un imposible.
Chiapas está en el límite. La migración es un fenómeno multilateral, pero algo en México no se está haciendo lo cual tiene que ver con las autoridades migratorias y con quienes se encargan de la inteligencia, la política y las relaciones exteriores.
Chiapas, en este sentido, no es todo el país, pero cada vez en México todo está teniendo que ver más con Chiapas.
RESQUICIOS.
Para leerse la extraordinaria entrevista de Juan Domingo Argüelles a Juan Carlos Ramírez Pimienta de la Universidad de Michigan en El Cultural de La Razón bajo el sugerente título “Narcocorrido. De la moral a celebrar el delito”.