Armas de extinción

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Por Darío Fritz

Hay dos asuntos que nos desnortan, incluso desde niños: ¿somos la única civilización del universo? ¿Cuándo se acabará el mundo? Una y otra, al fin y al cabo, se relacionan. Ahora que los congresistas estadounidenses andan preocupados en investigar si el Pentágono pisa el palito y revela ultrasecretos escondidos sobre extraterrestres, en tanto sus colegas mexicanos aportan y muestran al mundo los hallazgos internacionales, la duda gira alrededor de esos potenciales enemigos -nunca amistosos-, marcianos, zombies, planetas que nos aplastan, tormentas solares, virus, océanos que se confabulan para arrasar la tierra, guerras biológicas. Hoy, como ayer, desde que Fermi, Oppenheimer y otros científicos pensaron en la energía nuclear como motor de desarrollo para la humanidad, las armas nucleares trajeron el enemigo a casa. No hay que buscarlo tan lejos. Noventa segundos tendríamos para salvarnos si se llevaran a cabo las amenazas nuclear, ambiental y tecnológica que nos acechan. Eso dicen los científicos que desde 1947 pusieron en marcha un reloj simbólico, el Doomsday Clock (Reloj del Apocalipsis), para alertar sobre lo peligroso que somos para nosotros mismos.

A principios de los años ´60 del siglo XX, los países con capacidad para iniciar una tercera guerra mundial atómica y aquellos que se sentían parte de la osadía, comenzaron a construir refugios atómicos que supuestamente salvarían a sus poblaciones. En realidad eran cazabobos, lo único que pretendían eran salvar a su clase dirigente, si es que estaban a tiempo -se estimaba que requerían de cinco a diez segundos- de llegar a aquellas cuevas de concreto y acero a varias decenas de metros bajo tierra. Y aun estando allí nada garantizaba la sobrevivencia. Con la caída de la Unión Soviética en 1991 y el final de la guerra fría, muchos de esos experimentos se convirtieron en bibliotecas (el Amherst Five College Library, de Hampshire), museos (el Regan Vest, de Dinamarca o el Diefenbunker, de Otawa), viviendas subterráneas en Pekín, documentales o recorridos turísticos. Otros permanecen en secreto aún, como algunos búnkeres de Washington y Moscú.

Pero si antes era los gobiernos los que pretendían preservar a su clase dirigente, ahora es el sector privado el que hace negocios con quienes pueden pagar esos gastos millonarios con búnkeres de mejor tecnología que la de hace siete décadas. Y desde allí se construyen los nuevos cultores del apocalipsis. Los megamillonarios de las empresas tecnológicas ven un futuro oscuro para la humanidad del cual pretenden salvarse con la colonización de Marte, viajes al espacio, revertir el envejecimiento, refugiarse en la realidad virtual o que la mente opere desde dentro las computadoras. Gente que, según el investigador Douglas Rushkoff, quien los conoce de cerca, considera que los seres humanos son solo material y no tienen alma. Uno de ellos Sam Altman, creador de ChatGPT y cofundador de OpenAI, forma parte de una comunidad que se prepara para sobrevivir al apocalipsis y se pregunta si el fin del mundo será por escasez de energía, Inteligencia Artificial (IA) o por la biología sintética. En semanas recientes varios de estos multimillonarios -así como científicos- han pedido regulaciones para la IA. Temen que se les vaya de las manos y que el hombre termine dominado por máquinas pensantes o por intereses con malicia. Hay que poner freno, observar y regular, han dicho, o entramos en “riesgos de extinción”. Algunos se preguntan si no será mejor controlar lo que hacen sus empresas, en primer lugar. Para otros, se trata de controlar el desarrollo de la IA y contenerla, pero no entrar en el juego de intereses económicos.

Ante tanto run-run apocalíptico, un grupo de científicos proponía en 2009 no llegar a sobrepasar nueve límites planetarios (suba de temperatura, destrucción de bosques, extinción de especies, entre otros) para impedir la desestabilización de los sistemas terrestres esenciales. Siete de ellos fueron superados en amplias zonas del planeta o en todo, se informó en una actualización de mayo de este año. Los problemas, así se llamen apocalipsis, están delante de nuestros ojos, la cosa es querer avistarlos.

@DaríoFritz