Por Darío Fritz
La verdad frente a la simulación tiene su derrota asegurada. Simulamos vacaciones baratas en playas de arenas blancas y residencias pagadas en el extranjero. Simulamos ecuanimidad con quienes bebemos los viernes, éxitos en cena de entresemana, que un pésimo día sólo es un pasaje casual. La sapiencia de cómo catar vinos y entusiasmo por los logros de los demás. Simulamos talento aunque escaseen lectores, pacientes en el consultorio o devotos de discursos progresistas. Con simular creemos que cada día es diferente al anterior, que mañana ahora sí seremos felices y que en diciembre el amor resucita entre descorches de sidras e ingesta de pavo seco.
Simulamos que los pobres sólo habitan las periferias, que el corazón se satisface con unas monedas al niño de la calle, que alguna vez sí pagaremos las deudas, sobre el rico y la igualdad. Simulamos preocupación por el gobernante de turno que esconde la escasez de medicina en hospitales. Simulamos disfrutar el gasto en el restaurante, recorrer el museo de cera, lanzarnos en parapente. Simulamos que con cada quincena le ganamos a la inflación. Simulamos nuestro trabajo maravilloso, que dejaremos de consumir marihuana, paracetamol y la Coca-Cola con whisky. La búsqueda de un psicoanalista, ir al psicoanalista, abandonar al psicoanalista. Que tenemos conciencia ecológica, cuidamos el agua, reclamamos árboles para el barrio. Y que nos molestan los parques y veredas cagados por los perros.
Simulamos heroicidad en la compra de ropa de segunda mano. Simulamos otro cuerpo en una cita amorosa, otra ductilidad en una cita de trabajo, una idea definida para afrontar la muerte. Que el “te amo” y el “te quiero” no son declaraciones circunstanciales. Que los amigos en redes sociales son amigos. Tranquilidad en la visita al médico y sencillez a la hora de negar el ego. Simulamos justicia, equilibrio, sosiego, sinceridad, cursilería. Respeto a la gritonería del jefe y paz con el que nos niega la estima. La necesidad de aprender un nuevo idioma, preparar la última receta del chef de la tele, diplomacia con el chofer que no respeta la parada del bus. Simulamos que las hemorroides se curan con cremas y la vitamina C previene los resfriados.
Aceptamos la simulación de los que exigen verdad y claman por informes reveladores pero luego niegan información y rechazan responsabilidades. La simulación del investigador de la justicia, de los que niegan la impunidad, del narcotraficante redimido, del dealer sin esperanza, de la gratificación de un despido laboral. Que la revolución está en nuestros genes.
Simulamos que sólo otros corrompen. Simulamos que la verdad aflora en una discusión de trabajo y en el relato sobre la marcha de los hijos. En confiar en la historia escrita por los que ganan. En confiar. En que un texto como este, y tantos otros, cuentan para algo. Que la realidad es simulada y que ET debe estar con nosotros. Que el mejor lugar del mundo es el país que nos tocó habitar. Que a los muertos los dejamos ir cuando quitamos su ropa del armario.
El triunfo de la simulación habla del predominio de la mentira. “El diablo estaba tan cansado que prefería dejarlo todo en manos de los hombres más eficaces que él”, escribió Leonardo Sciascia en El caballero y la muerte. Tanta eficacia no deja de ser una simulación.
@DaríoFritz