Por Martín Quitano Martínez
Las elecciones no resuelven por si mismas los problemas, aunque son el paso previo y necesario para su solución.
Adolfo Suárez
Hasta hace algunos meses, los escenarios del 2024 parecían concentrar solo una puesta en escena: la continuidad como exitosa obra de superioridad política, con una narrativa poderosa que controlaba la discusión pública y arrasaba con las menguadas fuerzas argumentativas provenientes de una oposición raquítica en el reconocimiento y respaldo social para con una clase partidaria baja y que no presentaba/presenta mucho o nada.
Desde el oficialismo, se mostraba una fuerza regodeada en las lecturas y acciones que se asumían en una inexorable situación de cara al gran debate electoral del próximo año. La “poderosa” construcción de corcholatas totalmente palacio dominaba las mesas, las conversaciones, frente a la disminuida oposición; pese a datos numéricos electorales que mostraban posibilidades de disputa, pocos ánimos respaldaban la emergencia de opciones opositoras, menguada por la nula referencia a quien pudiera encabezar las fuerzas opositoras.
Las corcholatas inician sus recorridos como un paseo por las nubes, solo ensombrecido por las disputas y golpes internos que pudieran generarse. Era una superioridad indiscutible, más allá de las confrontas y raspaduras, ya que en el fondo se sabía que existían las condiciones para superar cualquier pesar interno en función de la centralidad y fuerza del gran elector.
Los grupos políticos opositores, las burocracias partidarias, eran unos espectadores más de la escena bufonesca de las corcholatas, en medio de señalamientos sobre su ofensiva inactividad. A pesar de éstos, surgió la movilidad y participación de sectores sociales cada vez más proactivos en manifestar sus confrontas contra el oficialismo, generando una discusión pública y social de mayor profundización de la polarización, acompañada de miradas desencantadas de no contar con asideros o referencias de liderazgos individuales.
Es ese el momento político que aprovecha la senadora Xóchitl Gálvez para saltar a la escena nacional. Montada en un error de cálculo del presidente se roba los reflectores con su normal desparpajo ante los agravios y logra concentrar simpatías y refrescar el cuadro mohoso, intrascendente y áspero en el que se movían los partidos opositores.
Por eso tan eficaz su surgimiento como elemento disruptivo en la centralidad del oficialismo y el pasmo opositor. Su imagen y lenguaje informal, con un buen manejo de redes y comunicación masiva enfrentando al presidente, han provocado para miles de ciudadanos una bocanada de aire fresco, un elemento de agrado y la visualización de una oportunidad conjunta de disenso en un escenario en el que parecía que todo estaba decidido.
Todavía no hay un programa o una plataforma electoral consolidada, consensuada entre los partidos opositores, pero para muchas personas se han abierto posibilidades hasta hace poco vistas demasiado lejanas e inclusos en algunos casos canceladas. Y eso es bastante más de lo que se esperaba.
El monopolio de la discusión y la agenda pública se ha desdibujado, porque pareciera ya no estar concentrado en un solo lado, porque incluso en el palacio nacional se habla bastante de la senadora, aunque sea para denostarla. El asunto es si ante la andanada de ataques y descalificaciones, la oposición y particularmente la senadora, serán capaces de trascender este primer impulso mediático y consolidar su candidatura, panorama que no ven sus adversarios, porque se sabe que la carrera de cara al proceso del 24 no es de velocidad sino de resistencia.
El gran aparato oficial sigue rodando como una maquinaria dispuesta a revalidar sus triunfos sin importar la legalidad. Ante ello, la unidad de una oposición hasta hace poco oxidada y desprestigiada es el valor más apreciado. El reto es complejo pero los ánimos del debate han mejorado y a fin de cuentas eso le hace bien a nuestra alicaída democracia.
El tablero esta puesto. Parece que ahora si hay juego y ojalá sea para bien de la República; más aún cuando todos debemos de entender que la intolerancia no puede ser la que domine el presente y el futuro de nuestra convivencia. Muchos y angustiantes problemas requieren de salud democrática y de participación más allá de verdades absolutas y abandonos de convocatorias excluyentes.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Chilpancingo = ausencia de Estado.
Twitter: @mquim1962