Por Renato Alarcón Guevara*
El PRI (PNR-PRM-PRI) es el partido político que permitió al México posrevolucionario dejar atrás los cuartelazos y asonadas. Desde su fundación estuvo del lado de la justicia social; hizo muchas cosas que hoy parecen cotidianas; pero en realidad fueron los gobiernos emanados del PRI los que construyeron las instituciones que transformaron al México rural, generando espacios y oportunidades para amplios sectores de la población.
Como gobierno impulsó la educación pública y la creación de las universidades e institutos de educación superior; creó un sistema de salud pública y seguridad social para atender y procurar a millones de mexicanos; promovió la infraestructura y el desarrollo en prácticamente todo el país; creó el Infonavit, Pemex y CFE para empujar ese impulso; y ahí están también decenas de instituciones que se crearon en las últimas décadas y que están tratando de sobrevivir al desmantelamiento institucional. Ejemplos sobran.
El PRI durante décadas fue el único medio de acceso al poder y a lo largo de 70 años lo mismo tuvo gobiernos de izquierda que de derecha; lo que degeneró en una sociedad incapaz de distinguir la geometría política entre uno y otro lado de la esfera.
En los años 80 más o menos se moldeó una geometría que después se perdió. El PAN siempre fue un partido de derecha (no extrema, pero de derecha); y los partidos de izquierda por esos años fundaron primero el Frente Democrático Nacional (que postuló en el 88 al Ing. Cuauhtémoc Cárdenas) y después juntos dieron paso a un gran partido de izquierda: el PRD. El PRI parecía haberse quedado como un partido de espectro político de centro.
El problema ideológico vino cuando los gobiernos del PRI siguieron al pie de la letra las recetas de los organismos internacionales (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial), lo que volvió a tergiversar la geometría política nacional. El PRI se cargó hacia una política (principalmente económica) de derecha y el espejismo de un país desarrollado, moderno y abierto al mundo, fue la visión de principios de los años 90.
En esos años, más allá de las famosas “concertacesiones”, el PAN comenzó a ganar espacios de representación. El PRD siguió en su lucha, pero sin poder amalgamar los mismos resultados que el PAN sí obtuvo.
Cuando Joseph Stiglitz (premio Nobel de Economía) publica la primera edición de su libro “El Malestar de la Globalización”, hace más de 20 años, ya preveía que el rumbo que llevábamos para toda América Latina era incierto, porque aunque los países comenzaban a tener buenas cifras macroeconómicas, las diferencias sociales se iban acentuando; y aquella oportunidad de capilaridad social se comenzó a agotar.
Cuando llegó la alternancia en el poder federal (año 2000) el sabor de boca que quedó de manera posterior fue que ideológicamente el gobierno de Fox se parecía en gran medida al de Zedillo y al de Salinas. ¿Por qué? Porque seguimos las mismas recetas económicas; y probablemente cualquiera lo habría hecho igual, pero Stiglitz ya nos había sacado la tarjeta amarilla de que en el fondo algo no andaba bien.
El empoderamiento de los gobernadores (particularmente del PRI, que eran la mayoría) fue inversamente proporcional a la pérdida del poder presidencial y eso provocó, entre otras cosas, una extraña alianza para ese entonces: el PAN se comenzó a aliar con el PRD (en lo local); y lo que era un contrasentido ideológico, se volvió electoralmente efectivo para competir e incluso ganar espacios. Cuando el PRD se cohesiona con el PAN, la izquierda poco a poco queda vacante. Y hay quienes piensan que ese fue el “caldo de cultivo” para que Morena (años después) trazara una ruta política de representación de los pobres, la pobreza, la marginación y la desigualdad social como bandera política.
Creo que ni el PRI, ni el PAN, ni el propio PRD entendimos la coyuntura política de hace unos lustros. Debimos tener mejores acuerdos y sin perder identidad, teníamos la obligación de explicarle a nuestros votantes ¿qué representábamos? ¿Qué sí acordamos y por qué? ¿Qué país estábamos tratando de construir? Lo que hubiera sido muy entendible si todos hubiéramos traducido esa compleja agenda política en palabras más sencillas.
Después de 30 años de “programas sociales” (Solidaridad, Progresa, Oportunidades y Prospera, desde el sexenio de Carlos Salinas hasta el de Enrique Peña, pasando por Zedillo, Fox y Calderón) no pudimos realmente atacar de manera frontal la pobreza y la desigualdad; claro que el esfuerzo fue plausible pero pareciera que no suficiente.
En el país el crecimiento económico se dio, pero la riqueza se concentró. Todos los partidos que conocíamos pareciera que perdimos brújula o cuando menos el pragmatismo nos ganó la partida.
La disyuntiva que hoy enfrentamos nos obliga a hacer una profunda reflexión de la ruta particular e institucional de cada quien; creando una pirámide de valores en la que primero está México y después todo lo demás.
Hay que entender que la geometría política de hoy, con Morena en el escenario y en una amplia gama de espacios de gobierno, nos ha llevado a tener agendas comunes políticas y electorales entre quienes no entendimos esa coyuntura y que durante muchos años fuimos adversarios políticos.
La ruta de los gobiernos de coalición es la alternativa y el reto del futuro es transformar nuestro sistema político y el sistema de partidos para que sea más abierto hacia la sociedad y menos tutelar hacia los partidos; probablemente en una profunda reforma del Estado que espero ver algún día en la que el poder deje de concentrarse en el Ejecutivo federal, el Legislativo sea más preeminente y en el que los presupuestos sean más cargados hacia los estados y municipios (como sucede en la mayoría de los países desarrollados) para promover el desarrollo regional.
Las divisiones al interior de los partidos que forman parte de la alianza opositora pueden poner en riesgo la capacidad constructiva de ese México que estamos anhelando. Claro que nos hemos equivocado al interior, claro que hemos cometido errores; claro que tenemos señalamientos. Pero el problema más grave al interior de la alianza es que en algunos lugares como Veracruz, el peor enemigo de un militante (panista, priista o perredista) es otro militante de su mismo instituto político. Aunque pareciera ilógico en un escenario en el que necesitamos construir alianzas duraderas y cuando menos de mediano plazo para recuperar el rumbo del país y de todas las entidades que estarán en juego en escasos 12 meses.
Entiendo la política como el ejercicio más profundo de llegar a acuerdos, para los que se necesitan dos cosas fundamentalmente: primero, disposición para sentarse a dialogar con quienes no piensan como nosotros, dentro y fuera de nuestros institutos políticos y hacia la sociedad; y segundo, mantenerse firmes por fuertes que sean los vientos, sin claudicar a las creencias y valores, pero entendiendo que sobre hechos consumados lo que queda es construir acuerdos que vayan más allá de los intereses personales o de grupo.
Yo he decidido quedarme en mi militancia política, en la única en la que he estado toda mi vida; y en la que sin dejar de reconocer los errores y excesos del pasado e incluso del presente, quiero mantenerme.
Creo que todavía falta mucho por ver, creo que el PRI y la alianza pueden reconstruirse como una oferta política mayoritaria (lo que no será fácil); pero para hacerlo lo primero que necesita es lealtad ideológica y militancia de convicción.
Yo me asumo en esa geometría y mantengo mi militancia y por supuesto soy un pro aliancista.
Si la dirigencia nacional o estatal la encabeza Juana o Luis, o como se llame, ahí estaré. Listo para ayudar a mi partido y a la alianza con quienes sean candidatos. Por supuesto que en ese sentido puedo y tengo una opinión de lo que creo correcto y políticamente viable en este momento (pero eso es otra historia).
A quienes comparten militancia con un servidor y a quienes más allá de eso están convencidos de la alianza “Va por México” y “Va por Veracruz” les digo que conmigo cuentan… y ojalá muchos más entiendan que esto no es de grupos o de filias o fobias, es de recuperar el rumbo de México y de Veracruz.
Está demostrado que el mayor esfuerzo por recuperar el rumbo y cambiar las cosas es de la sociedad civil, los que militamos en los partidos debemos estar a la altura de esa circunstancia.
Consumatum est.
*Expresidente del PRI en Veracruz y actual Presidente de la Fundación Colosio.