Por Uriel Flores Aguayo
Con las alternancias han gobernado en Veracruz tres partidos y sus coaliciones. Obviamente fue el PRI el que estuvo varias décadas al frente del aparato público veracruzano, mientras que el PAN apenas gobernó dos años. Ahora Morena lleva casi cuatro años en el gobierno estatal. Para el análisis comparativo es perfectamente posible decir que, en esencia, hay un hilo conductor en esas tres experiencias que las hace similares.
Habrá algunas diferencias por supuesto en ciertas políticas y estilos, sin duda los gobernantes tienen diferentes personalidades y se pueden distinguir por capacidad, trayectoria y seriedad. Pero en cuanto ejercicio del poder y la práctica de la realidad política es lo mismo. Apena y desalienta que el gobierno actual se haya presentado como un cambio casi fundacional, de regeneración, y solo muestre ínfimo nivel político, así como carencia casi absoluta de ideas y visiones transformadoras con sentido democrático.
Todos los contenidos y formas de la vieja política están más vigentes que nunca. Todo sigue igual si buscamos nepotismo, corporativismo, clientelismo, partidismo y demagogia. Abundan y son dominantes esos rasgos. Nada ha cambiado salvo los nombres y los colores.
Siguen siendo un partido oficial, usan los programas y el presupuesto para hacer campañas, pintan de color partidario sus fachadas y todo tipo de imágenes, su partido es una prematura agencia de colocaciones y, lo peor y perverso en grado extremo, emplean las leyes e instituciones respectivas para reprimir y encarcelar a los disidentes. En este último aspecto son peores que todos los anteriores.
Esta nueva clase política no renunció a ningún privilegio del poder y vive en una burbuja, lejos de los problemas de la gente. Su razón de ser es andar en perpetuas campañas, de lo que sea, vivir en la retórica y la práctica de una especie de culto. Casi nada hay más allá de eso.
Es tan humillante como grotesco que se concentre a los adultos mayores para actos propagandísticos donde se lucen los funcionarios y gobernantes como verdaderos “gerentes de la pobreza”. Son tan obvios en sus intenciones de vil uso de la necesidad de la gente que lo hacen con descaro y aparente normalidad. Este tipo de prácticas son repudiables y representan lo viejo, nada que ver con alguna noción de cambio.
En su confusión y ambiciones los gobernantes locales han escalado hasta refugiarse en una burbuja llena de soberbia e irresponsabilidad. Como primitivo es que mezclen los asuntos de gobierno con los de partido. En ese aspecto sigue reinando el priismo. Un poco por ignorancia y otro por cinismo abrazan alegremente prácticas antidemocráticas.
Como siguen la máxima de que el fin justifica los medios, lo hacen viendo hacia abajo, con aires de una supuesta superioridad moral. Se engañan, fingen o sorprenden a la ciudadanía. Son tan humanos, comunes y corrientes como los de siempre. No podría ser de otra manera salvo que estuviéramos ante personas de gran trayectoria y de compromiso histórico con causas democráticas.
Ese es el escenario en que nos tocó vivir, los cambios se quedaron en el papel. Con esta realidad hay que atenerse. Más allá de quienes gobiernan y de sus opositores, grises también, por cierto, la gran tarea, la eterna, es la participación libre de la ciudadanía en los asuntos públicos.
Es imperativo impulsar la organización ciudadana, hacer visibles sus circunstancias. Hacer esfuerzos unitarios y de coordinación de causas. Hay una movilidad ciudadana dispersa y muchas veces silenciosa; es urgente darle centralidad y volverla parte importante, vital, de la vida pública. En tiempos autoritarios la reivindicación del ciudadano libre, como individuo, es fundamental. Si hay una ciudadanía fuerte, consciente y democrática tendremos un mucho mejor futuro.
Recadito: ante gobiernos ausentes lo que se debe impulsar es una ciudadanía presente.