¿Cómo y para quién se gobierna?
Por Javier Solórzano Zinser
Podrán plantearse críticas al Gobierno y al Presidente, pero mientras no exista una oposición consistente, el tabasqueño se seguirá moviendo a sus anchas.
Está respaldado por una elección, por su popularidad y por una gran cantidad de simpatizantes que lo siguen de manera vehemente y en ocasiones cercano al fanatismo.
Los riesgos están en que el mandatario decide y opina sin tener contrapesos que vayan más allá de las opiniones, la llamada comentocracia, y las redes en las cuales ha ido perdiendo peso e influencia. Si bien estos espacios juegan un papel destacado, no necesariamente son parte de una reacción ciudadana que se manifieste contra o críticamente hacia el mandatario.
Mientras la oposición no sea una fuerza política contundente e influyente en los procesos electorales, el Presidente le va a seguir pasando por encima y seguirá moviéndose a su antojo. López Obrador lo sabe y, por ello, cuando se refiere a la oposición, lo hace con desdén, sarcasmo y hasta con indiferencia.
Para fundamentar y justificar esto, se argumenta que el voto popular le dio al Presidente el poder para hacer lo que prometió en campaña, a lo que se va sumando lo que a lo largo del sexenio se ha venido desarrollando y acumulando. Esta posición es defendida por los legisladores afines, funcionarios y por los muchos simpatizantes.
Si bien esta argumentación tiene su lógica, también se debe considerar que en democracia existen minorías, a pesar de su desmovilización y confusión. Como fuere, los recientes procesos electorales mostraron algunos cambios que pueden ser significativos, y solamente lo sabremos al paso del tiempo. Hay indicios que muestran que el voto, más que haya sido por los candidatos de oposición, sin descartar que en algunos casos se dio una efectiva selección, terminó siendo un sufragio para manifestar oposición hacia el Presidente y su proyecto de gobierno.
López Obrador gobierna para sus votantes y sus simpatizantes, los cuales son un poco más de la tercera parte del padrón electoral. Esto debería interpretarse como la necesidad de establecer y desarrollar una gobernabilidad integral y no sólo ceñirla al entorno presidencial, sin dejar de reconocer que es numeroso y que López Obrador conserva una amplia popularidad, en buena parte del país.
Uno de los factores de primera importancia está en la concepción que tiene el Presidente sobre la gobernabilidad. Por lo que se ha visto en estos tres años, el tabasqueño ejerce el poder bajo la idea de que él es el centro, lo cual lo ha llevado a tomar decisiones unilaterales, sin entender o atender las voces que plantean genuinos proyectos e ideas diferentes, para enfrentar una problemática que al final es de todos.
Lo que ha terminado por pasar, es que bajo las formas que ha establecido el Presidente para gobernar, de alguna u otra manera la sociedad se ha venido a confrontar como en pocos momentos en la historia reciente del país.
El escenario no necesariamente sería un factor adverso si tuviéramos mecanismos para debatir nuestras ideas y, sobre todo, para escucharnos de ida y vuelta, particularmente desde el Gobierno. No hay mucho espacio para dónde hacerse, porque al final la voz y acción, desde Palacio Nacional, son las que determinan el aquí y ahora.
Estamos en medio de temas en donde es importante que el Presidente escuche, por más que sean asuntos que para él son de primera importancia. Lo contrario lleva a la idea de que existe un empecinamiento, más que un proceso de razonamiento.
Temas como el Conacyt, el nombramiento del historiador, el CIDE, incluso el Tren Maya, deberían verse con amplitud porque ello fortalece sus estrategias y decisiones.
El empecinamiento, tarde que temprano se revierte.
RESQUICIOS
El Conacyt de alguna manera desmintió el anteproyecto lamentable y amenazante para los becarios, que se dio a conocer ayer. Esperamos que no se le aplique al documento aquello de que “si no es ahora, será mañana”.