Por Sandra Luz Tello Velázquez
Diciembre es un mes musical, intenso, lleno de luces y dispar, es un tiempo de celebraciones, de fiesta, de aniversarios; este es el mes en el que se conmemora el nacimiento de uno de los más grandes hombres de la humanidad, reconocido por muchos, incomprendido por otros, hombre de contrastes y de creaciones: Ludwig van Beethoven.
Nació en Bonn, Alemania el 16 de diciembre de 1770 (aunque no se ha confirmado el día exacto de su nacimiento, la tradición lo dicta así), hijo de músicos. A diferencia de Mozart, Beethoven destacó como músico hasta la adolescencia, aunque desde la niñez estudiaba piano, órgano y clarinete obligado por su alcohólico padre, quien debido a su exigencia y trato violento coartó el desarrollo del joven Ludwig y es posible que estos resabios lo llevaran a convertirse en un hombre osco, seco, que mostraba desdén por las clases sociales altas y la autoridad, de acuerdo con algunos de sus biógrafos. Fue uno de los primeros músicos de la época que logró independencia con respecto a las exigencias de sus benefactores económicos.
Beethoven transitó de la corriente musical Clásica a la Romántica y es evidente la transformación sufrida, pasó de la creación fresca y ligera a un estilo épico, turbulento y revolucionario, acorde con los acontecimientos que se vivían en Europa. Estos cambios también son perceptibles cuando transitó de la admiración al repudio por Napoleón Bonaparte, al modificar violentamente el nombre de la primera página de la partitura de la Tercera Sinfonía (La Heroica) cuando éste se declaró a sí mismo Emperador, corrompiendo la figura del “liberador del pueblo”. Dicho repudio permaneció hasta la composición de la Novena Sinfonía, en la que incluyó en el Cuarto Movimiento el texto de la Oda a la Alegría de Schiller, en el que trató el tema de la igualdad, la fraternidad, la equidad que redundan en Joy la hija de Eliseo.
Es bien conocida la pérdida de sus capacidades auditivas. Esto lo llevó a vivir un contraste de emociones. Por momentos se entregaba a una apasionada actividad creadora, en otros pensaba en el suicidio como la única salida y a la par sufría penalidades personales producto de los desengaños amorosos.
El arte que había dirigido su vida le impidió interiormente tomar la puerta falsa como salida al sufrimiento. Decidió no dejar este mundo hasta no producir toda la música que hervía en su interior. Así lo hizo.
Cada momento, cada estadio de su vida se encuentra presente en su obra. Desde la melancólica resignación del Claro de Luna o el tono patético en la Sonata para Piano No. 8, el violento y turbulento sonido de la Quinta Sinfonía o el contraste feroz y esperanzador de la Novena Sinfonía.
Querido lector, hablar de Beethoven es dejar inconclusa una sinfonía de ideas e ideales; es abrir el espacio para escucharlo, admirarlo, disfrutarlo e investigar su obra, porque es tan inmensa como su aportación al arte.