Tapachula, al límite
Por Javier Solórzano Zinser
Hemos sostenido conversaciones con habitantes de Tapachula, defensores de derechos humanos y con quienes trabajan en los albergues y en todos los casos hay un diagnóstico común: la situación en la ciudad chiapaneca es un polvorín y está al límite.
Tapachula y sus habitantes no tienen hacia dónde hacerse y sus espacios están saturados lo que incluye comercios, servicios, bancos, calles y hasta parques.
A muchos de los migrantes les mandan dinero, señaladamente Haití y Venezuela, a través de bancos lo que ha provocado largas filas que han impedido que los ciudadanos de Tapachula puedan acceder a las instituciones, ya sea porque se acaba el dinero en los cajeros automáticos o porque no alcanzan a ser atendidos por los horarios de los bancos; las filas son interminables en todos lados.
Éste es uno de los muchos problemas que se están teniendo. La gente local está siendo desplazada y cada vez es más marcada la diferencia entre quienes están en favor de la migración y quienes están en contra. Si hace algunos años la mirada de Tapachula coincidía en apoyar y simpatizar con las causas de los migrantes, hoy las cosas han ido riesgosamente cambiando.
Las ciudades del norte y del sur del país han desarrollado una cultura con la migración. Forman parte de su cotidianidad y conviven de manera solidaria con ella. Sus habitantes son los primeros que salen ayudar a los migrantes, Tapachula es uno de los ejemplos de ello.
Lo que está pasando ahora es que cada vez se tienen más problemas en todos los órdenes de la vida cotidiana de la ciudad. Un factor a considerar con enorme atención es el que tiene que ver con la salud, porque en medio de las caravanas migrantes es en verdad difícil intentar seguir de la manera más puntual posible las indicaciones en la materia por la pandemia. Así como este asunto, están también las filas para ir al baño las cuales, cómo se puede uno imaginar, son desesperantes, largas y de obvios riesgos.
El problema está en que Tapachula se ha convertido en algo así como una olla exprés. No hay para dónde hacerse, porque la política de “contención” impide cualquier movimiento de los migrantes fuera de la ciudad y cuando ellos radicalizan sus posiciones, se desesperan y se defienden de la violencia con que están siendo “contenidos” o detenidos, según se quiera ver, toman las rutas más peligrosas en sus afanes de llegar a la “línea”.
Terminan expuestos no sólo a condiciones por muchos motivos adversas, sino también a la brutalidad de la delincuencia organizada que materialmente los anda “cazando” a sabiendas de sus necesidades y desesperación.
Conversamos con Irineo Mujica, director de Pueblo Sin Fronteras, quien nos presentó un panorama dramático y de alto riesgo. Arremete severamente contra el INM acusándolo de hechos de corrupción, asegura que llega a cobrarles a los migrantes cerca de 30 mil pesos por las tarjetas que les permiten la estancia en el país.
Nos dice que “la contención alimenta la corrupción, porque la desesperación de la gente es cada vez mayor, además muchos servicios están colapsados… el Gobierno federal debería de aprender algo, atender una necesidad y una crisis que es también su responsabilidad… nosotros no estamos apoyando la idea de que se vayan a EU, lo que queremos es que salgan de la ‘cárcel’ en la que aquí están… quieren imponerle a Tapachula la crisis… López Obrador se provoca solo, nadie lo quiere provocar aquí como dijo el padre Solalinde quien cambió a Jesucristo migrante por el Obrador andante”.
La descomposición interna en la ciudad se va agudizando en el día tras día. Efectivamente la crisis no es de la ciudad, pero el cuestionado diseño de estrategia tiene a Tapachula en el límite.
RESQUICIOS
No es que haya reglas para dar el Grito. Lo que pasa es que es una gesta histórica que nos une más allá de militancias, lo que vimos ayer en varios lugares es desproporcionado, oportunismo, servilismo y de ignorancia supina.